PARA NIÑOS. LIBERÍN. CAPÍTULOS I, II Y III

20.02.2013 13:47

LAS AVENTURAS DE LIBERÍN (y sus amigos)


 

Érase una vez un pequeño príncipe llamado Liberín, de cabellos rubios y mirada lánguida. Érase un príncipe que vivía en la Edad Media, un tiempo remoto y extraño, una época de castillos.

 

El príncipe Liberín tenía una amiga, menuda, rubieja también, y se llamaba Andrea. Jugaban juntos.

 

Liberín, además poseía un tesoro de valor incalculable, la amistad de dos brutos, que se llamaban Zaspín y Raspón.

 

Zaspín era pequeño, de cabellos de carbón, y mirada pícara: siempre estaba receloso. Raspón era gordo y grande como un armario, hablaba bronco y se quejaba casi siempre. Tenía hambre. La voz pequeña de Zaspín era lo contrario de la gruesa voz de Raspón.

 

Además el príncipe contaba con otro tesoro, este más habitual, una esfera de metal de plata que al ser frotada hacía venir al genio.

 

Por último estaban el mago de Morr, en su caverna lejana y umbrosa; el genio blanco, diminuto, y como una mariposa, de nombre KRISKRAS ; el caballero negro, de singular misterio y apariencia; la bruja Nara; la montaña de Uhl, las flores del TALAbash; el rey Arturo y su corte de Camelot, y muchos, muchos personajes más…..


 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO I            “El viaje a la Edad Media”

 

 

Encontrándose solo Liberín, creyó o juzgó conveniente, como más apropiado, frotar la bola de plata para viajar a alguna parte.

 

Antes, preguntó a sus amigos:

 

  • Bueno, tú, Raspón, ¿a donde quieres ir?, a qué época…
  • Yo, a los marcianos,….
  • Ufff…Pero qué burro… Los marcianos no es una época. Y tú, Zaspín…
  • Yo a la Edad Media.
  • Bien, pues a la Edad Media iremos.

 

El príncipe frotó hábilmente la esfera, y pronto, tras una fría corriente repentina surgió el genio…

 

  • ¿Qué deseas, oh mi amo y señor?
  • Bien, pues queremos, ir a la Edad Media.
  • Hecho.

 

Y zas. Allá que estaban los tres, en mitad del campo, con un frío de impresión, en medio de la Edad Media, y de un campo verde que se movía rápido rápido por el azote del viento.

 

  • ¡Qué frío, y qué hambre! – gimió Raspón.
  • Ya estamos,…como siempre. No se puede ir contigo a ninguna parte. Anda, vamos –le animó Zaspín.

 

Al fondo del inmenso campo de trigo verde, surgía majestuoso un castillo.

 

  • ¿De quién será –se preguntó Liberín?

 

Pronto habrían de averiguarlo. Una pequeña de ojos vivarachos y cabello casi blanco se acercó a ellos a la espalda, y musitó mientras les tocaba por detrás….

 

-Eh, ¿quiénes sois?

- Aaaah, qué susto, gritó Zaspín.

- ¿De dónde sales ¿ -le espetó liberín.

- ¡Qué pequeña! –dijo Raspón.

 

  • Soy la princesa Andrea, y no soy pequeña, y no doy susto, cafres.

 

  • ¿Qué es cafres? –dijo Raspón.

 

  • Brutos –contestó Liberín-, o algo así. Y sí que lo somos…un poco…..

 

Empezaron a contarse cosas. Luego buscaron el abrigo de un tronco hueco. Enseguida eran como amigos de toda la  vida. Rieron, contaron, hicieron bromas, buscaron comida y, sin darse cuenta, llegó la noche.

 

  • No podemos entrar en el castillo –comentó Andrea-.
  • ¿Por qué?
  • Porque la gran puerta está cerrada y nadie la puede abrir porque los de dentro están dormidos.
  • ¿Cómo dormidos? – dijo Liberín.
  • Sí, encantados, dormidos, Morr o alguien los dejó así, mi padre está lejos, y hasta que no vuelva él, nada.
  • ¿Nada?
  • Nada.
  • ¿Y quién es tu padre?
  • Mi padre es el rey de este reino y se llama Arturo. Esto es Camelot.
  • Me suena –dijo Raspón.
  • ¡qué te va a sonar, burro –añadió Zaspín.
  • Todavía si os acercáis, o miráis desde un alto podríais ver al vigía, el que está cerca de la bandera, dormido sobre las mismas almenas.
  • Eso está hecho –dijo Zaspín- y de un brinco se encaramó al primer tercio del árbol que les cobijaba, trepó, trepó y ya estaba en la rama más alta. Pues es verdad, una bandera roja, con manchas amarillas y un tipo que está tumbado como un filete debajo.
  • ¿Véis?
  • -Ya, dijo Liberín, y entonces…..¿Qué hacemos?
  • Pues ya os he dicho: o deshacemos el encantamiento del mago o esperamos a que vuelva mi padre de las cruzadas.
  • Vaya, vaya- dijo Raspón cogiéndose de la barbilla y simulando un gesto que le había visto a Liberín. Vaya, vaya,…-repitió…
  • Vaya qué –dijo la princesa.
  • Nada, sólo vaya, musitó avergonzado y ligeramente rojo en las mejillas.

 

La solución estaba clara. Y Liberín como jefe de la expedición decidió ir a ver a Morr. Andrea y él irían a la cueva del mago, mientras Zaspín y Raspón permanecían, a la espera, dentro del viejo árbol.


 

CAPÍTULO II           “En la caverna del Mago Morr”

 

 

El viento de la tarde se había transformado en tormenta. Y la fiera tormenta, en la oscuridad de la noche, crecía, con el espadeo continuo y cadente de la lluvia, con el soplo intermitente del aire, con el buh- buuuh de la lechuza y el temible aullido de los lobos. Los dos amigos temblaban en el interior del tronco, y no era SÓLO de frío.

 

  • ¡Qué miedo! ¡Pero qué miedo!
  • No digas eso, no digas eso –dijo Raspón.
  • Si es que es la verdad. Me cago. Me hago, ya ves….
  • Cochino….
  • Ya, ya,…..

 

Otra vez silbaba el viento, sobre el sonido incesante de la lluvia, silbaba, ululaba, daba miedo, sí. Luego la lechuza: Buh, Buuuuh. Y otra vez los lobos: auuuuuh. De pronto, los óidos, dolorosamente atentos al mínimo sonido, registraron uno nuevo: splash, splash…alguien aplastaba las hojas húmedas, cerca,muy cerca de ellos.

 

Casi al unísono, ahogándo un grito, susurraron: -Aaaaaah…

 

El sonido se detuvo, con su respiración, y ambos conocieron por vez primera a su corazón, que se presentó con unos latidos tan poderosos, que ambos pensaron, sin saberlo, a un tiempo, que ya habían sido heridos, y que era aquella herida la que hacía el sonido terrible, y la sangre borbotEando,… pero no.

 

De pronto cesó todo. Se había ido. Quién fuese o lo que fuese se había ido. “Aunque podía volver” –pensaron también al unísono, aún sin hablarse. Recuperaron entonces el pulso normal y los sonidos habituales. Volvió a llover en sus oídos, con aquel ritmo ya conocido –y fue un alivio-, a ulular el viento –que ya no les dio miedo, o no tanto-, la lechuza, y los lobos, LOS LOBOS. 

 

Y si fuese un lobo el que,….o…y si fuese el famoso caballero negro, al que nadie había visto el rostro y que vagaba todas las noches por los caminos más desiertos, buscando almas a las que atormentar,…y si…

Por fin pudieron hablar:

 

  • Tú has oído….
  • Sí .., sí –dijo Raspón.
  • ¡Qué miedo!
  • ¡Ya lo creo!
  • ¿Qué sería?
  • ¡Yo qué sé¡ Un animal,  un lobo, o….o…
  • ¡El caballero negro!
  • ¡Nooo! Ni lo digas. No. ¡Qué miedo¡

 

Mientras tanto, Liberín y Andrea ascendían el último tramo de monte antes de la entrada de la gruta de Morr. Pronto se vio luz dentro. Ya estaban en llano. Y la siguieron.

 

  • Ven…
  • Voy contigo –dijo Andrea.

 

De repente escucharon, resonando en toda la cueva:

   

  • Bienvenidos, jóvenes príncipes.

 

Un hombre de barbas y cabellos blancos, largos y greñosos, envuelto en una capa cobalto y tocado con misterioso sombrero, amplio y varita de hechizos, les salió al paso tras el siguiente recodo, y fijo sus ojos límpidos en sus limpios ojos.

 

  • Me presento. Yo soy Morr de tALABASh, y aquí mando.
  • Con permiso de mi padre.
  • Con permiso de tu padre, Ar- tu –ro, dijo –marcando las sílabas, visiblemente molesto-.
  • No os enojéis, buen señor –dijo Liberín-. Apenas os molestaremos. Sólo una revelación y acaso un conjuro.
  • La revelación de por qué duermen los soldados, ¿no es eso?
  • Sí, ¿cómo sabéis?
  • Soy mago, pequeño señor. Es eso. No es obra mía. No creáis. Yo sirvo, gustoso o no, pero sirvo a Arturo.
  • Ya –dijo la pequeña. No es eso lo que dicen.
  • Yo no estoy al tanto de lo que dicen, pero sí de lo que yo hago. Y esto…no lo hice.
  • ¿Entonces quién? ¿Y por qué? –dijo Liberín
  • Me temo que la bruja Nara, y por ganas de molestar al buen rey, con el que siempre está a la greña. Por asustar a los labriegos y a los soldados, a la corte misma, por eso.
  • Ya, ..¿y tú nos puedes ayudar?
  • En modo alguno: el secreto sólo ella lo posee. Debéis encontrarla, y una vez hecho esto, sólo entonces yo acudiré a vosotros y podré ayudaros.
  • ¿pero como entramos en el castillo?
  • Para eso si tengo arreglo, y es vuestro conjuro: os teletransportaré a los dos al interior del castillo, y desde allí, entre ambos, ya creo que podréis abrir la puerta a vuestros amigos, que por cierto, no lo están pasando muy bien.
  • ¡Vaya!

 

Con las últimas palabras, se hizo un remolino, y unas palabras mágicas resonaron en la caverna: “Talavint, talavant,…umbra penumbra y adevant…”

 

Cuando abrió los ojos, Andrea reconoció el tapiz que coronaba la majestuosa sala del trono: estaban dentro. Morr había cumplido su palabra.


 

Capítulo III                “El pequeño duende blanco y la flor de Uhl”

 

 

 

Cuando ya habían conseguido la calma, de nuevo escucharon las pisadas sobre las hojas mojadas, “crash, crash”… Zaspín y Raspón temblaban como palmeras y a duras penas congelaron sus cuerpos y áun un grito de terror que luchaba dolorosamente por escaparse de ellos. Era tal su paralización que les dolían las extremidades del esfuerzo y del miedo.

 

El sonido cesó. Y volvieron a respirar. Relajaron los músculos. Se levantaron, y ya iban a hablar, cuando unos ojos rojos, como inyectados en la noche, despidieron un escalofriante gruñido: Grrrrr…

Al acercarse, a unos cinco o seis pasos del árbol hueco, ya pudieron ver la silueta entera, el cuerpo temible de un lobo enorme que avanzaba con las fauces abiertas y gruñendo, hacia ellos, cada vez más cerca. De pronto, un gRUÑIDO más profundo y saltó, saltó, con impulso prodigioso hacia los dos chicos que callaron, cerraron los ojos y, cerraron los ojos, y….seguían con los ojos cerrados,…y Raspón, un poco menos cobarde –que no más valiente-, abrió un ojo y vio  LO INCREIBLE.

 

A dos palmos suyos, el lobo, congelado en el aire, en su postura feroz se mantenía, quieto, flotando, sin gruñir ya, y sin posibilidad alguna de movimiento.

 

 

-Peeero…-musitó Raspón-

- ¡No puede ser! ¡No puede ser! –decía Zaspín.

- Sí, ya lo creo que sí dijo una voz. Una voz minúscula, casi inaudible, que si no se repetía parecería mentira. Pero se repitió. Ya lo creo…..

 

Y cerca de esa voz vieron, tras el lobo petrificado, congelado, a una pequeña mariposa, también flotante, batiendo sus alas blancas, con cuerpo humano diminuto entre ELLAS, una especie de pequeño duende aureolado con una luz intensa, blanca, calmante.

 

  • Sí puede ser. Como que me llamo KRISKRAS.

 

El pequeño duende, que resultó ser de lo más afable, les contó a los dos tarugos entonces cómo había ocurrido todo, como él se paseaba de noche por los bosques, para proteger y contrarrestrar la maldad de seres como el caballero negro y sus maléficos lobos. Cómo Nara “la confusa”, ayudaba a ambos, caballero, y lobo, para dañar a los hombres, y especialmente, de entre los solitarios de la noche, si podía ser, a los de Arturo, al cual tenía una manía espantosa.

 

La única forma de salvar el hechizo que ella había vertido sobre los soldados era viajar a la región de TALAbash, alcanzar la montaña de Uhl, y recoger la flor que devolvía el pulso, una flor azul tan pequeña, tan débil, que sólo crecía bajo las piedras de los parajes de altura. Eso debían hacer. Así como comunicárselo a sus pequeños amigos. Luego ya se vería.

 

Estaba claro que tanto KRISKRAS como Morr querían ayudar; y que tanto Nara como el caballero lucharían por impedírselo. Tal vez volviera el rey antes para ayudarles; tal vez no tuvieran valor siquiera para emprender el viaje; tal vez cayese Morr presa de Nara, o tal vez no. Tal vez podrían resolver el enigma que aquejaba a Camelot, o tal vez no. Quién puede saberlo ahora. Todavía estamos en el tiempo de la historia, todavía todo puede suceder.

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