LAS AVENTURAS DE LIBERÍN (y sus amigos)
Érase una vez un pequeño príncipe llamado Liberín, de cabellos rubios y mirada lánguida. Érase un príncipe que vivía en la Edad Media, un tiempo remoto y extraño, una época de castillos.
El príncipe Liberín tenía una amiga, menuda, rubieja también, y se llamaba Andrea. Jugaban juntos.
Liberín, además poseía un tesoro de valor incalculable, la amistad de dos brutos, que se llamaban Zaspín y Raspón.
Zaspín era pequeño, de cabellos de carbón, y mirada pícara: siempre estaba receloso. Raspón era gordo y grande como un armario, hablaba bronco y se quejaba casi siempre. Tenía hambre. La voz pequeña de Zaspín era lo contrario de la gruesa voz de Raspón.
Además el príncipe contaba con otro tesoro, este más habitual, una esfera de metal de plata que al ser frotada hacía venir al genio.
Por último estaban el mago de Morr, en su caverna lejana y umbrosa; el genio blanco, diminuto, y como una mariposa, de nombre KRISKRAS ; el caballero negro, de singular misterio y apariencia; la bruja Nara; la montaña de Uhl, las flores del TALAbash; el rey Arturo y su corte de Camelot, y muchos, muchos personajes más…..
CAPÍTULO I “El viaje a la Edad Media”
Encontrándose solo Liberín, creyó o juzgó conveniente, como más apropiado, frotar la bola de plata para viajar a alguna parte.
Antes, preguntó a sus amigos:
El príncipe frotó hábilmente la esfera, y pronto, tras una fría corriente repentina surgió el genio…
Y zas. Allá que estaban los tres, en mitad del campo, con un frío de impresión, en medio de la Edad Media, y de un campo verde que se movía rápido rápido por el azote del viento.
Al fondo del inmenso campo de trigo verde, surgía majestuoso un castillo.
Pronto habrían de averiguarlo. Una pequeña de ojos vivarachos y cabello casi blanco se acercó a ellos a la espalda, y musitó mientras les tocaba por detrás….
-Eh, ¿quiénes sois?
- Aaaah, qué susto, gritó Zaspín.
- ¿De dónde sales ¿ -le espetó liberín.
- ¡Qué pequeña! –dijo Raspón.
Empezaron a contarse cosas. Luego buscaron el abrigo de un tronco hueco. Enseguida eran como amigos de toda la vida. Rieron, contaron, hicieron bromas, buscaron comida y, sin darse cuenta, llegó la noche.
La solución estaba clara. Y Liberín como jefe de la expedición decidió ir a ver a Morr. Andrea y él irían a la cueva del mago, mientras Zaspín y Raspón permanecían, a la espera, dentro del viejo árbol.
CAPÍTULO II “En la caverna del Mago Morr”
El viento de la tarde se había transformado en tormenta. Y la fiera tormenta, en la oscuridad de la noche, crecía, con el espadeo continuo y cadente de la lluvia, con el soplo intermitente del aire, con el buh- buuuh de la lechuza y el temible aullido de los lobos. Los dos amigos temblaban en el interior del tronco, y no era SÓLO de frío.
Otra vez silbaba el viento, sobre el sonido incesante de la lluvia, silbaba, ululaba, daba miedo, sí. Luego la lechuza: Buh, Buuuuh. Y otra vez los lobos: auuuuuh. De pronto, los óidos, dolorosamente atentos al mínimo sonido, registraron uno nuevo: splash, splash…alguien aplastaba las hojas húmedas, cerca,muy cerca de ellos.
Casi al unísono, ahogándo un grito, susurraron: -Aaaaaah…
El sonido se detuvo, con su respiración, y ambos conocieron por vez primera a su corazón, que se presentó con unos latidos tan poderosos, que ambos pensaron, sin saberlo, a un tiempo, que ya habían sido heridos, y que era aquella herida la que hacía el sonido terrible, y la sangre borbotEando,… pero no.
De pronto cesó todo. Se había ido. Quién fuese o lo que fuese se había ido. “Aunque podía volver” –pensaron también al unísono, aún sin hablarse. Recuperaron entonces el pulso normal y los sonidos habituales. Volvió a llover en sus oídos, con aquel ritmo ya conocido –y fue un alivio-, a ulular el viento –que ya no les dio miedo, o no tanto-, la lechuza, y los lobos, LOS LOBOS.
Y si fuese un lobo el que,….o…y si fuese el famoso caballero negro, al que nadie había visto el rostro y que vagaba todas las noches por los caminos más desiertos, buscando almas a las que atormentar,…y si…
Por fin pudieron hablar:
Mientras tanto, Liberín y Andrea ascendían el último tramo de monte antes de la entrada de la gruta de Morr. Pronto se vio luz dentro. Ya estaban en llano. Y la siguieron.
De repente escucharon, resonando en toda la cueva:
Un hombre de barbas y cabellos blancos, largos y greñosos, envuelto en una capa cobalto y tocado con misterioso sombrero, amplio y varita de hechizos, les salió al paso tras el siguiente recodo, y fijo sus ojos límpidos en sus limpios ojos.
Con las últimas palabras, se hizo un remolino, y unas palabras mágicas resonaron en la caverna: “Talavint, talavant,…umbra penumbra y adevant…”
Cuando abrió los ojos, Andrea reconoció el tapiz que coronaba la majestuosa sala del trono: estaban dentro. Morr había cumplido su palabra.
Capítulo III “El pequeño duende blanco y la flor de Uhl”
Cuando ya habían conseguido la calma, de nuevo escucharon las pisadas sobre las hojas mojadas, “crash, crash”… Zaspín y Raspón temblaban como palmeras y a duras penas congelaron sus cuerpos y áun un grito de terror que luchaba dolorosamente por escaparse de ellos. Era tal su paralización que les dolían las extremidades del esfuerzo y del miedo.
El sonido cesó. Y volvieron a respirar. Relajaron los músculos. Se levantaron, y ya iban a hablar, cuando unos ojos rojos, como inyectados en la noche, despidieron un escalofriante gruñido: Grrrrr…
Al acercarse, a unos cinco o seis pasos del árbol hueco, ya pudieron ver la silueta entera, el cuerpo temible de un lobo enorme que avanzaba con las fauces abiertas y gruñendo, hacia ellos, cada vez más cerca. De pronto, un gRUÑIDO más profundo y saltó, saltó, con impulso prodigioso hacia los dos chicos que callaron, cerraron los ojos y, cerraron los ojos, y….seguían con los ojos cerrados,…y Raspón, un poco menos cobarde –que no más valiente-, abrió un ojo y vio LO INCREIBLE.
A dos palmos suyos, el lobo, congelado en el aire, en su postura feroz se mantenía, quieto, flotando, sin gruñir ya, y sin posibilidad alguna de movimiento.
-Peeero…-musitó Raspón-
- ¡No puede ser! ¡No puede ser! –decía Zaspín.
- Sí, ya lo creo que sí dijo una voz. Una voz minúscula, casi inaudible, que si no se repetía parecería mentira. Pero se repitió. Ya lo creo…..
Y cerca de esa voz vieron, tras el lobo petrificado, congelado, a una pequeña mariposa, también flotante, batiendo sus alas blancas, con cuerpo humano diminuto entre ELLAS, una especie de pequeño duende aureolado con una luz intensa, blanca, calmante.
El pequeño duende, que resultó ser de lo más afable, les contó a los dos tarugos entonces cómo había ocurrido todo, como él se paseaba de noche por los bosques, para proteger y contrarrestrar la maldad de seres como el caballero negro y sus maléficos lobos. Cómo Nara “la confusa”, ayudaba a ambos, caballero, y lobo, para dañar a los hombres, y especialmente, de entre los solitarios de la noche, si podía ser, a los de Arturo, al cual tenía una manía espantosa.
La única forma de salvar el hechizo que ella había vertido sobre los soldados era viajar a la región de TALAbash, alcanzar la montaña de Uhl, y recoger la flor que devolvía el pulso, una flor azul tan pequeña, tan débil, que sólo crecía bajo las piedras de los parajes de altura. Eso debían hacer. Así como comunicárselo a sus pequeños amigos. Luego ya se vería.
Estaba claro que tanto KRISKRAS como Morr querían ayudar; y que tanto Nara como el caballero lucharían por impedírselo. Tal vez volviera el rey antes para ayudarles; tal vez no tuvieran valor siquiera para emprender el viaje; tal vez cayese Morr presa de Nara, o tal vez no. Tal vez podrían resolver el enigma que aquejaba a Camelot, o tal vez no. Quién puede saberlo ahora. Todavía estamos en el tiempo de la historia, todavía todo puede suceder.