ITZEL

28.05.2014 16:28

ITZEL

 

Volvíamos juntos del colegio todos los días. Giani, Karla, Saskia, Günter, Itzel y yo. Todos los días por el mismo camino, atravesando el puente de hierro de Korrash (el mismo puente con ojos al Duna). Era siempre un rato relajado antes de volver a casa. Giani solía entonces cantar, empezaba una canción y los demás le seguíamos, algunos, a veces todos. Saskia bromeaba sobre la impostura de barítono y Karla lo miraba arrobada. En este punto, Günter terciaba con alguna broma, y era frecuente acabar golpeándonos levemente, más que nada tocarnos, con intención y con cariño, o correr todos juntos hasta el final del camino de paso. Otras veces hablábamos de los profesores o de algún exámen complicado, de problemas de casa o del plan para el sábado. Eramos buenos amigos.

Yo solía observar, desde hacía algún tiempo a Itzel, pero procuraba que no se me notase. Si se daban cuenta,enseguida empezaban las bromas, hasta hacerse casi insoportable. Ya lo había visto antes.

A menudo Günter planteaba temas interesantes y a veces nos quedábamos un buen rato charlando, en las escaleras próximas al paso.

Itzel. Itzel era una chica rubia, de estatura media, guapa, pero no demasiado, con media melena, y sus eternos pantalones azules.

Itzel era Itzel. Es verdad que con Giani era estupendo hablar de fútbol; que Karla tenía unos ojos grises que te hechizaban, Günter podía darle la vuelta a todo lo que opinásemos con una versatilidad y una agilidad increíbles; Saskia era como nuestra madre, la más cariñosa, siempre cuidaba de todos y se preocupaba por todos, siempre te abrazaba, nos abrazaba a todos. Era genial estar con ella.Pero Itzel…Itzel había sido una amiga más, la amiga de los pantalones azules, en ese grupo maravilloso que formábamos.Pero un día cambió. O cambié yo. No lo sé bien.

Era nuestro último año antes de la Universidad, nos sentíamos tan libres. Encima nos dejaban hacer casi de todo*. A menudo organizábamos fiestas en la casa de alguno que se había (hubiese) quedado vacía, y ahora, aparte de los exámenes finales, nuestra mayor ocupación era la venta de entradas para el viaje a Ibiza.

Ya digo que no sé cuando todo cambió. Sí sé que empecé a fijarme en su ropa, primero, y luego en otros detalles. Me dí cuenta de que esos pantalones azules siempre, ni vaqueros ni  de sport, eran muy especiales, como la cadena plateada que colgaba del bolsillo pequeño, la del reloj de cobre tan bonito. Y, aunque a menudo llevaba faldas u otros pantalones, blancos, verdes, rosas, esos pantalones eran como ella, eran ella.

En realidad todo era ella en ella. No sé decirlo mejor.

Lo que me volvía loco de Itzel era cómo se manejaba, cómo se movía por el mundo, su aplomo y su seguridad (en todo).

Volviendo: pelo corto rubio, sudaderas con capucha  (siempre), grises, marrones o blancas, y los pantalones. Luego sus sempiternas zapatillas  de deporte blancas y azules (con rayas azules), siempre sin calcetines (hasta en invierno).

Y su risa. Su risa.

Cuando Itzel reía, reíamos todos. (A la fuerza).

Era imposible no hacerlo.  Una de esas risas explosivas, como una cascada.Absolutamente contagiosa. Y todos detrás. Horrible en clase, en un cine, en cualquier sitio comprometedor. (Lo esperábamos). Sucedía. Siempre.

La tarde a la que me refiero se nos había hecho tarde. Vaya! Veníamos castigados de matemáticas por reírnos del “Látigo”, y su forma de chascar la lengua –tan asquerosa- al pronunciar. Tarde. Muy tarde. Demasiado para algunos (de nosotros). La preocupación (latente). Nos iban a castigar. Seguro. Nos perderíamos la fiesta de Salas. (No queríamos). Por mucho que apretáramos el paso antes del puente, nunca se nos hacía de noche en ese punto. Y ahora sí.

Miré a Itzel con preocupación. Su cara era un poema. Giani no cantaba. Saskia miraba al suelo. Karla iba dolorida con el brazo escayolado por un partido de baloncesto de algunos día atrás; Günter tampoco hablaba, ni yo. Para colmo empezó a llover. Las nubes se nos habían adelantado sin apenas apercibirlas, y ahora caía a plomo, en jarras,….era lo último.

Apretamos el paso,casi corriendo (corríamos) y, ya en el puente (paso), con miedo a resbalar.

Algunos automóviles circulaban levemente, en ambos sentidos.

La luz de la fábrica, mortecina, brillaba, en el lado izquierdo, a lo lejos.

La ciudad se engrandecía en cada paso.Y entonces sucedió.

Primero fue Karla, que al intentar agarrar los libros, que se le caían de (entre) la escayola, se hizo aún más daño: los libros fueron al suelo, y luego, trastabillando, también ella. La pobre aullaba de dolor. Había caído sobre la pierna, y se había hecho algo serio (y ahora era algo serio). Además. Era demasiado.

Enseguida, en medio (aun) de los solllozos, Saskia la abrazó, Itzel le acariciaba la cara, y nosotros nos disponíamos a llamar, o a cogerla, no recuerdo  bien, ambas cosas, tal vez, seguro.

Luego ella se enfadó, y culpaba a Günter, por obstaculizarle el paso, por lo lento, qué sé yo. Pensamos en llamar a una ambulancia, luego no hizo falta.No se podía mover. Yo las miraba a las tres. Günter y Giani discutían. Era ridículo. Al final optamos por llevarla en andas entre todos.

Pero había que esperar a que se calmase un poco. Llamamos a los padres. Cesó la lluvia.

Me aparté para encender un cigarrillo, y miraba distraído al grupo, al horizonte en el que nubes negras huían deshilachándose hacia el canal.

De pronto Itzel me miró, con esa carita suya,con esos ojos grandes ( y) curiosos, con su nariz respingona, con la boca decidida.

Me dijo algo que yo no supe entender.

Movió la muñeca, la agitó, y nada.No sabía qué quería.

Me dí cuenta de que me había estado mirando cuando yo miraba a las nubes. Que sus ojos ya estaban ahí, a la vuelta de ese lapso  increíble, inolvidable.

Tiempo despues todo queda en una anécdota. Lo de Karla no fue nada. Otra escayola. Y dos meses de suplicio, bromas, y firmas. La ayudamos todos por turno. Y fue divertido.

Hoy pienso todo esto en la Biblioteca (despacho) de la Facultad de Ciencias. No sé por qué, mirando por la ventana. O sí lo sé. Claro.

 Itzel fue lo más bonito que pasó por mi vida. Desde ese día vi a diario  (a todas horas) sus pantalones, su risa, sus ojitos azules, sus labios, su melena fugaz, sus manos tan frías, su cuerpo de niebla (tan blanco).

Itzel………

 

(estrella de la tarde, Itzel).


Para C., mi querida amiga.

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