EL OJO DE DIOS

25.09.2015 14:18

EL OJO DE DIOS*

 

A menudo en la vida surge o ha surgido esta cuestión: ¿Qué es una obra maestra? ¿Cómo se distingue? ¿Por qué lo es?

Y siempre que lo escucho, al menos hasta ahora, siempre me viene a la mente la figura de Alfred Hitchcock. Sus maravillosos filmes. Y algunos momentos que ahora me gustaría repasar con vosotros.

Aproximadamente.

Entiendo que la obra maestra lo es porque ha conseguido reflejar, de forma acertada y bien cerrada (acabada) un universal humano (lo que en filosofía se nominaba “universal”, o la idea, en términos artísticos, derivada de ello ), algo que es comun y reconocible a cualquier ser a través de los siglos, y a pesar de los cambios, las ubicaciones o los vaivenes del progreso.

Al ser algo tan perfecto y conseguido – es como coger una estrella (digamos) “al vuelo”- muestra un síntoma inequívoco para su reconocimiento: por mucho que se repita, por más veces que se vea (lea, escuche, etc), no produce cansancio. Muy al contrario, cada nueva “visita” genera más placer, o se llega a ver algo diferente. Cada vez. Es la marca de la “chef d´oeuvre”. Y de esto el maestro londinense sabía un rato. Un rato largo.

Yo me quedo con una serie de instantes, extraídos de otras tantas de sus películas, para ilustrar mi adoración y mi sorpresa ante tal despliegue o inteligencia, ante tal sutileza y tanta perfección formal.

La primera es lo que yo llamo “el ojo de dios”. (Sin pretender ofensa alguna, o blasfemia).

Sabido es que a Hitchcock le gustaba aparecer en sus películas, hacer cameos con su gruesa y simpática figura, aquí o allá, cruzando la calle de repente, en una parada de autobús, saliendo de una tienda,…

En “Los pájaros” hace algo más.Es uno de esos momentos.

En la escena de la huída de los niños hacia el pueblo, cuando se incendia la gasolinera, en un momento dado, la cámara sube, asciende, de una forma fortuita, vertiginosa, hasta el cielo alto: la escena (el plano) del surtidor queda diminuto y parece que la cámara se situase a la altura de las gaviotas amenazantes, que pasan casi a su lado. Aquí el maestro – tan bromista -, hace la broma suprema – en mi opinión – de su obra: se sitúa en lo alto, en el cielo, interrumpe la narración, es dios. El es dios. Y con esta “blasfemia cinematográfica” nos dice: Yo hago lo que quiero : os estoy contando esto, pero, pufff, necesito descansar, y (ahora), os miro de lejos, como un dios griego en “La Ilíada”, como hormigas, desde mi altura. (O como ciertos narradores excelsos del XIX alemán y francés, y sus clásicos excursus, así E.T. A. Hoffman en “El hombre de arena”, y otros muchos, Balzac, Villiers de l´Isle Adam, Maupassant, o, en otros ámbitos y latitudes, Vernon Lee, Averchenko,….por citar algunos), capaces de interrumpir la narración a placer – e incluso dirigirse abiertamente al lector- sin que ello supusiese  el más mínimo menoscabo en el valor de la propia pieza en curso, más bien al contrario..

Se sale de la narración y cambia el foco a donde le place, por completo. Es de una superioridad insultante, y magnífica a la vez.

Es como un soplo de eternidad.

Otra es la escena del robo de la gran caja fuerte en “Marnie la ladrona”. Con esa superposición de actividad, esa duplicidad que nos muestra en el mismo cuadro los afanes de la cleptómana Marnie al tiempo que el avance lento pero irremisible de la mujer de la limpieza, que friega y friega y se acerca, se acerca, cada vez más: cuando creemos que la va a pillar, que va a pillar a la incauta ladrona, nos damos cuenta de que es sorda (el zapato que cae del bolsillo, morosamente), y que la audacia de la protagonista va a a tener su premio, como a menudo sucede.

Hay otra, algo más dura, yo diría escalofriante, pero igualmente genial.

Se trata de la escena de “Frenesí” en que el asesino acaba de estrangular a “Babs”, aquel frutero de Covent Garden, pelirrubio siniestro de los alfileres y las uvas, y cómo con educación y pudor victorianos, el genio se retira, y marcha, escaleras abajo, mostrándonos el recorrido, con su cámara: puerta, escalones, vestíbulo, salida a la calle, y rumor del trasiego urbano.

Parece decir: “mira lo cerca que está lo normal, lo habitual, de eso excepcional y  terrorífico. Ocurre a diario”.

Todas estas pequeñas “observaciones” visuales preñadas de talento y de genio que el gran Alfred nos muestra son su “marca de estilo”, su identificativo, y su mensaje.

En este caso, nos dice: imagínate, aquí están matando a una persona y a diez metros, hacia abajo la vida sigue, la calle está llena de gente y nadie se da cuenta (Podrías ser tú). Esto le podría pasar a cualquiera.

Esos momentos en los que habla directamente con el espectador, me parecen fascinantes.

En otras ocasiones, es el propio planteamiento de la película el que lleva en sí el mensaje o la enseñanza: en “La ventana indiscreta” nos habla, por ejemplo, de lo peligroso – y, a la vez, tan sugestivo- que es el mundo doméstico “de otros”, para mirar. Siempre ideas universales, constantes (fisgar al vecino, el eterno “voyeurismo”: ser invisible, para…tal o cual; constantes como el hombre hecho de trozos (Frankenstein) o el bien y el mal en un mismo ser (Jeckyll-Hyde), constantes del imaginario del XIX, monstruos y transgresiones creados para eludir la estricta moral religiosa*, pero esto es otra historia,…R.L. Stevenson, M. Shelley, Bram Stoker,…).

En este caso parece decir, abiertamente: “si miras lo que no debes, no te quejes de lo que te pase despues” (“Misterioso asesinato en Manhattan”,…etc, etc).

Además, “La ventana..”, con su escenario múltiple simultáneo, es, como a menudo sucede con los filmes de Hitchcock, un muestrario de tipos, comportamientos, gustos y estética de los 50, esto es, un documento social de primer orden para identificar ese tiempo y ese país.

La perfección tiene muchos detalles, es un puzzle compuesto con piezas muy diversas, que ensamblan tan bien, que apenas percibimos el entramado sutil, el trabajo y el tiempo (toda una vida a menudo) que ha costado su ejecución final.

La música, tan importante a veces (Marnie, Psicosis,Vértigo,…el gran Bernard Hermann,…), el clima creado (el Londres moderno- 70-  de “Frenesí”; el blanco y negro “caluroso” y sobrio de Psicosis; el tono jovial de “La trama” (Family Plot); atormentado en Marnie; onírico en Vértigo,…) en cada ocasión, las apariciones, los guiños al espectador, la perfección en los detalles, el cuidado milimétrico de escenas y sucedidos, de vestuarios y lugares, todo mimado, al detalle, para que todo parezca casual y real, como la vida misma, imitar la textura de la vida que es todo un arte (valga el tonto juego de palabras), una de las cosas más difíciles de lograr, como cualquier creador de arte sabe, sin duda.

En el caso de “Psicosis”, más que todo lo mencionado ya con profusión, me parece curiosa y singular la escena en que ella, la protagonista ,se cruza con su jefe, en el coche, cuando ya ha sustraído el dinero – o tomado la decisión, que para el caso-, y antes de que él ni nadie lo sepa, que lo sabe, en ese momento, en ese instante preciso, lo intuye, sólo con la mirada, con una mirada.

El maestro sabe de estas casualidades, que suceden a menudo atraídas por el propio miedo del delincuente, y nadie sabe por qué. Tal es su pavor, que lo que más teme, sucede, por sorpresa.

“Vertigo”, que es para mi una de mis preferidas – sin duda por Kim Novak y San Francisco, amén de otros motivos-, muestra también varios de esos toques, y a la vez el mensaje, desde el propio título, en la idea inicial, al igual que “La ventana…” .

Muestra de esos pequeños (y no tanto) detalles que a menudo enriquecen sus obras (como buscados en un baúl mágico), sería el empleo de dibujos en el film (en los créditos inciales o la escena del cementerio), al igual que sucedía con los cuadros de Dalí en “Recuerda”, para acentuar o reforzar el simbolismo de situaciones (esto luego lo veremos en multitud de películas, se me ocurre, la primera que me viene a la cabeza ahora “Los caballeros de la tabla cuadrada”, de Monty Phyton, etc,…).

En una sirve para dar consistencia a la idea central del film: la muerte y su superación, o la muerte y el amor (universal), y sobre todo, cómo asumir estar a un lado o al otro de ese fino telón, cómo recuperar a los que pasaron al otro lado, y nos dejaron rotos como marionetas.

Amor y muerte: clásico eterno, tal vez el mayor.

O el subconsciente en “Recuerda”: amor y psicoanálisis. (Muy unido al mundo onírico del XIX, de nuevo).

Vivir en el pasado, enamorarse poco a poco de alguien a quien se vigila, con quien se trabaja: y que el espectador lo vea. La adorable Kim Novak. Verla luego morir. Penar él de aquella manera. Y verla resurgir. Increíble.Quien lo haya vivido (y todos tarde o temprano, de alguna manera, lo probaremos) sabe a qué se refiere Hithcock. Vértigo.

Resumiendo o recapitulando, pues, en cada película de Hitchcock, además de un acabado increíble, una música perfectamente acoplada y recurrente (unida a la imagen y la narración como versos y estrofas de un mismo poema total), unos actores impecables en todos los sentidos, y unas actrices de lujo (con su obsesión por las rubias (Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Tippi Hedren, Eve Marie Saint, Grace Kelly, Kim Novak,…), existe siempre esa obsesión por el crimen, por la mezcla de lo habitual con lo excepcional, por los planteamientos novedosos – tanto en técnica como en temática-, ese afán de perfección que a la vez parece la vida misma (sutileza) y, en definitiva, un espectáculo visual y mental siempre intenso, siempre gratificante, siempre enriquecedor. Y siempre, claro, sus pequeñas pinceladas. Como diamantes, como pequeños logros vitales, como máximas, en cada película, cada una de ellas, al menos en las quince o veinte finales, que son las más elaboradas. Todo el ciclo londinense anterior, donde también se observan, adolece sin embargo de esa factura inconclusa del aprendiz, tan necesaria por otra parte, como los poemas de futuros talentos en los que ya se ve la llama, la impronta, pero que aun no son redondos. (Aunque a veces sucede extrañamente lo contrario). Así Hitchcock.

Podría seguir citando o mencionando:

La música tan jovial de “Family Plot”, los personajes más actuales de las últimas – o sea, más mundanos-, lo que diría al hombre o la mujer de la calle, esa a la que habla, ese al que habla, a los que les puede suceder –según su mensaje-: cualquier cosa. Los imprevistos. Esa fascinación.

Hasta los más fallidos – a mi entender- como “Topaz”, tal vez “Cortina rasgada”, o algún otro, tienen sus indudables aciertos.

En “La soga” es nuevamente el planteamiento, lo novedoso por excelencia: técnicamente, al rodar en una sola habitación, en un solo plano (metraje) continuado, pegado con un fondo a negro intermedio; y en la temática, inspirada en Thomas de Quincey, matar por “estética” o más bien por clasismo y un mal sentido de las cosas, como se empeñará en aclarar el eterno Stewart más adelante. Y su detalle: el arcón, la toma única, la melodía repetida, la cuerda,….

La rebelión de los pájaros bajo el mando periquito ya es un argumento más que original; el mundo del subconsciente y el psicoanálisis que tanto le subyuga también lo es, las situaciones extrañas o especiales sobrevenidas hasta lo increíble –según lo dicho: la suplantación de personalidad,  Kaplan en “North by Northwest”, la dualidad cotidiano-terrorífica del frutero estrangulador y de Londres en general –aprovechando el aura indudable al respecto de la ciudad  y la historeografía previa- o la curiosísima proposición de “Extraños en un tren” (intercambio de asesinatos) son algunos ejemplos .

El poder de la sugestión, los celos y sus suspicacias añadidas en “Sospecha”; el poder de la muerte como intensificador del amor (Vértigo, Rebeca); la casualidad funesta (Psicosis, Frenesí): la recurrencia de temas increíbles  en Hitchcock, su tono tan juguetón o burlón, sus marcas de genio, de obra maestra, como estas pinceladas que hoy nos hemos detenido a observar, a tratar, para hacer cumplido homenaje del gran maestro y de sus obras, sin duda, maestras son el tema de hoy.

 

Me he dejado mi favorita absoluta , “Crimen perfecto”, …

 

Y, claro, hay más, mucho más…:  pero eso…, otro día.

 

Buenas noches.

 

*Nota.- Que me perdonen los expertos en cine si he cometido alguna torpeza o falta de precisión con la terminología. No soy ningun experto, sólo un espectador entusiasta. Nada más.Un saludo cordial.

2* Prólogo a "Los mitos de Ctulhu", de H.P. Lovecraft, Rafael Llopis, 1969.


 

 

 

© 2013 Todos los derechos reservados.

Crea una página web gratisWebnode