BALDAQUINO

13.06.2013 18:33

BALDAQUINO

 

Llueve. La plaza está arrasada. Desde lo alto siento el frío, y las agujas me traspasan y gobiernan en todo el espacio abierto, lo cubren todo con un manto sonoro, sibilante, que ha hecho que desaparezcan las gentes ya hace tiempo. Agarrado a una gárgola, cuyo rostro ignoro pero adivino, y con ese terror y con ese cansancio de todo, veo llover, desde lo alto. El agua entre los pinos. La tristeza de la tarde, el aroma del fruto. La tarde se desploma en su propia luz e invade de ocre y gris el momento. Sigue lloviendo. Arrecia. Temo resbalarme en el estrecho corredor descubierto. Rodeado de piedra y de altura, de rostros amenazantes, la tarde calma gravita allá abajo, frente a la Facultad de Derecho. Gravedad. Pienso en muchas cosas a la vez, pero ninguna obtiene el mando. Galileo en el proceso, Hölderlin en su locura, el Battisterio verde y blanco, tan bello, Cimabue, el monte Naranco y la iglesia, solos mirando el valle, los tiempos oscuros, “brutti tempi, monsignore”. Qué tendrá que ver el de Salina y su jardín, con el paleocristiano, la cruz de Cangas o el perfecto cuadrilátero de Florencia. Nada, nada. Pero, muy a mi pesar, Friedrich Hölderlin habla con Antonio, mientras yo ojeo interesado unas gafas diminutas doradas, que luego aplico a mi pecho, y Sara me sonríe saliendo del agua en Asturias, mientras hace como que come una inmensa piedra del río, y Galileo anda hacia atrás, anonadado con las necedades que acaba de escuchar, a la vez que Ramiro I contempla su obra satisfecho y ve a lo lejos como Pelayo alza la espada victoriosa, y mi padre me hace una seña, cuando entre los escalones próximos al Alcázar, una comitiva abandona presurosa la escena, pareciera que protegiendo al encogido anciano al que circundan. No sé qué pensar, a menos que el rostro de       quisiera decir algo. Sé que ha pasado mucho, mucho tiempo, y que este trata de arremolinarse en mi cerebro y decirme algo, pero no lo alcanzo, no lo entiendo. Aún. Volvamos.

 

Baldaquino………………………………………………….

 

Yo estaba en lo alto de la catedral, viendo llover. Ni siquiera estaban conmigo ese primo querido con el que seguí algunas correrías, el jóven torero salmantino o el afable cura apóstata con el que compartía estancia. A ver: la tarde llega a la Plaza, llueve, los pinos, se oscurece el panorama y yo tengo los huesos calados, un frío tremendo por todo el cuerpo y empiezo a temblar. Suelto la gárgola de la que estaba asido, con pavor ya, y ahora recuerdo que hace poco estaba con los otros, comiendo dulces en una casa sin techo, a cielo abierto, y luego durmiendo bajo esos pinos, junto a la fuente, que ahora entreveo a través de la maleza abajo. Hablar con Antonio y que me diga que de los Conciertos de Brandemburgo el tercero no me aclara gran cosa, que el anciano pero juvenil Hölderlin me hable de Albanta no me aclara gran cosa, y que llore de rabia Galileo aún menos. Me dicen que los ladrones de cuerpos  (*), pero tampoco, o que el rey Horus, y menos, que pasee por San Lorenzo intentando aclararme las ideas, viendo batir las olas sólo puede sembrar en mí más desconcierto. Ver la cúpula desde la Certtosa, no digamos.

 

Baldaquino………………………………………………………

 

Noto un frío horrible ahora en la sién, como si una flecha me hubiese alcanzado la cabeza, y no creo que eso fuese lo que le ocurrió a García Lasso en la escala del castillo, ni que el sonido se parezca al Adaggietto, sino más bien a una culebrina de la Obertura 1812, cuando los cañones se responden. Pero hay que buscar un punto fijo desde el que guiarse, no puede ser, de ninguna manera, en modo alguno puede ser esto. Todo a la vez no. Estaba en la Plaza…….

 

Había un Diario a ´la mattina d´il mondo, que trataba de congraciar los aconteceres de varios a la vez, eso debe ser. Que mientras el sol nace, cada día, uno se despereza, otro ordeña la vaca y un tercero arranca el coche, mientras alguno aún vuelve a casa, en las madrugadas “desiertas y sangrantes”. Pero no me cuadra. Sara come piedras en Cangas, yo en Salamanca, Hölderlin habla por boca de la actriz española, Galileo se espanta de la estulticia ajena, mientras Ramiro I piensa en su grandeza, y………Son demasiados.

 

Baldaquino, es…………………………………………………..

 

“El hombre es  un dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona”, “sí, pero se mueve”, el amuleto del ojo de Horus es de los de mayor protección para el tránsito, el General presenció los actos de Aniversario de la Defensa del glorioso……

 

Llueve, llueve en Salamanca. Estoy aquí por algo. Hemos venido a ver a Matías. Recién aterrizados de Italia. Aunque ella conduce bien, el asfalto estaba demasiado húmedo y no se veía nada. Algo ha debido fallar. He abierto los ojos antes de tiempo y veo al cirujano alarmado, mientras noto algo helado clavado en mi frente. La luz azul, y las batas verdes……….

 

(*) Cuento de Robert Louis Stevenson

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